viernes, 7 de septiembre de 2012

La sombra


   De pronto, uno de esos días en los que no esperaba nada pasó frente a mí un hombre que se conectó conmigo de una forma que intentaré describir aunque nada podrá definir con exactitud aquella conexión.

   Arrebató mis ojos para pegarselos a todo su ser; su energía se combinó perfectamente con la mía dando como resultado una mezcla que entro en mí, mezcla que tenía el poder de hacerme sonreír y erizarme la piel de forma totalmente involuntaria.

   Minutos después llegó su voz, una voz que entró dulcemente en mis oídos y que fue recorriendo todo mi cuerpo dejando una melodiosa nota de ella por cada lugar que pasaba. Ya no necesitaba de mis ojos, aquellos que él había tomado consigo se cerraron por un segundo para permitirle a su voz recorrerme toda y  dejar a mi imaginación ver por su propia cuenta ese mundo mágico creado por Su Voz, la mejor sinfonía que mi alma había podido sentir en toda su vida.

   Por un momento su voz se apagó y mis ojos que ya eran suyos volvieron a abrirse poco a poco para entender que pasaba. Se dieron cuenta de que el silencio hacía parte de la perfección de ese hombre. Mirando furtivamente a mi cuerpo, este, todo, pudo disfrutar entonces aquel silencio.

   Mientras la rara mezcla seguía destrozando mi cuerpo de manera deliciosa, me llama mi madre con sus típicas palabras fuertes a decirme que si no me paraba ya de mi cama se me haría tarde para ir a clase. Pese a esto, esa imagen quedó en mí; era imposible de olvidar porque contrario a esos sueños sin sentido, este lo tenía todo completico, era tan real.

   Hice caso a mamá y me dispuse a ir a clase. La imagen de aquel hombre daba vueltas en  mi cabeza y empezaba a sentir un grandioso mareo. En clase, aproveché la distracción del profesor y miré hacia la ventana ubicada en el lado izquierdo, parte media. Ahí estaba la sombra, una sombra con la forma de su cuerpo, de su cara, de su cabello. Esta sombra provocó nuevamente en mí la mezcla que me hacía sonreír.

   No pude visualizar de manera correcta su cara, pero el hecho de que se combinaran energías como nunca antes me había pasado, me permitían confirmar que era él.

   Desde ese momento empecé a ver su cara en las sombras que a menudo me encontraba. Desde ese momento mi cerebro no sabe distinguir entre imaginar su cara en las sombras y verla con los ojos que, sin darme cuenta me devolvió. Las energías se seguían combinando y mi boca no dejaba de estirarse suavemente para lograr esa única sonrisa que sólo él provocaba.

   Una vez, cansada de que mi piel no pudiera disfrutar de la suya como todo ser, intenté matar su cara apuñaleando fuertemente las sombras. Sin embargo, esto no sirvió de nada y por el contrario, el contenido de la mezcla de energías aumentó y mis sonrisas son cada vez más dulces cuando veo esas sombras.

   Recuerdo contarle mi historia a una amiga hace algún tiempo. Ella, como de esperarse, me contestó "Ese hombre está en tus sueños".

   La verdad cambiaría esa frase por la de "Ese es el hombre de mis sueños". Simplemente porque nació en ellos pero ahora lo siento tan vivo, tan real. Él es el hombre que me ha hecho diferente, que me ha hecho dejar de temer a las sombras para sentir una plena felicidad cada vez que las percibo. Es él, el hombre que me ha hecho sentir eso a lo que llaman amor.

domingo, 1 de julio de 2012

Reencarnación.


Luego de 65 años de vida en los que experimentó diferentes sentimientos, la margarita muere postrada en un campo de guerra a causa de una enfermedad tormentosa, todo porque siempre fue una flor rebelde que no se rendía ante las adversidades y cuando se enteró de que padecía este cáncer le importó poco y siguió luchando hasta donde el tallo aguantó y hasta donde su energía acabó.

Meses antes de morir analizó sus últimos 20 años de vida. Pensaba en lo que había vivido allí y se sorprendió al encontrar muchas cosas negativas.

La década de los 40 a los 50 años fue una etapa de transición en la que su vida cambió radicalmente. Allí su salud empezó a deteriorarse. Los cambios hormonales propios de la menopausia la pusieron muy susceptible; ya sus pétalos no eran los mismos y tuvo que empezar a tomar suplementos de calcio para prevenir la petalosis; su estado físico empezaba a pasar factura, se cansaba más rápido de lo habitual, sus ramas no soportaban largas horas de exposición al sol ni al agua.

Luego de esto su cerebro tampoco fue el mismo. La calma que la caracterizaba de un momento a otro se fue y empezó a complicarse la vida con cosas que antes ignoraba. Dejó de sentirse orgullosa de sus retoños y empezó a recriminarles todo lo que dejaban de hacer. Su desorden, sus notas, sus amigos, su poca colaboración con los oficios del jardín, su hora de levantarse y de acostarse, eran ahora asuntos de su preocupación. Ya no se sentía feliz consigo misma, era muy quejumbrosa como pensaban ellos.

Más tarde su memoria le empezaba a jugar una mala pasada. Preguntaba un asunto varias veces y sus retoños empezaron a rechazar su comportamiento. Le gritaban diciéndole que eso ya se lo habían dicho. Nadie sabía lo que ella sentía cuando le decían eso.

La memoria de ellos era aún peor ya que no recordaban cómo ella les repetía las mismas respuestas con el mismo amor cuando ellos estaban pequeños.

Fue ahí cuando sintió que había vivido más de lo que debía y pese a que ya no había marcha atrás, confiaba ciegamente en la reencarnación.

Momentos después de pensar en esto, muere en ese campo de guerra llena de aparatos prestados de otras flores que la mantenían con vida.

Un mes después siente que nace de nuevo en una pequeña rosa. Con el paso del tiempo se da cuenta de que ha reencarnado en ella. El cuerpo de esta pequeña lo siente como parte suya y no quiere que cometa los mismos errores que ella cometió. Su juventud la vive de una manera muy tranquila como en su anterior vida. 

Sin embargo los años pasan y al llegar a los 40 siente un profundo miedo de vivir, no quiere repetir la historia por lo que la mente de la margarita en el cuerpo de esta bella rosa decide quitarse una a una sus espinas y enterrárselas hasta que su rojo se va desvaneciendo gota a gota y se marchita.

jueves, 29 de marzo de 2012

Una Historia de No Amor

Son ellos los que ahora parecen no entenderse, ellos para los que el amor aparentemente no es suficiente.

Sentados en un par de rocas bastante alejadas buscaban mirarse sin que nadie más se diera cuenta, no sabían lo que sentían, ni siquiera sabían que buscaban mirarse. Pasaron así mucho tiempo, ella sentía que había algo en él, ella no sabía que sentía él. Un día cualquiera decidieron comunicarse, pero dejaron de mirarse. Escribían palabras en frescas hojas que el viento llevaba al lugar donde cada uno se encontraba. Viento aquel que parecía acercarlos. Palabras que cada vez eran más dulces.

La sinceridad y la ternura eran protagonistas; la distancia y el miedo antagonistas.

El viento, intermediario entre ella y él un día se cansó y quiso que regresaran a las rocas, así fuera pocas veces, pocas horas a la semana, tal vez 3 o 4. Así lo hicieron pero esta vez el miedo estaba más fuerte, quizá ese sentimiento raro que parecía dibujarse en las hojas también lo estaba.

A pesar de todo seguían haciendo uso del viento y de las hojas. Sus cuerdas vocales se atrofiaban cuando cruzaban esporádicamente las miradas.

Casi de repente las hojas se secaron, el árbol del cual caían, empezó a tornarse marrón sin que ellos se dieran cuenta. Tiempo después él se dio cuenta de lo que pasaba, tomó cuidado de su árbol el cual de nuevo empezó a producir hojas verdes. En una de esas le escribió a ella lo que debía hacer. Cuando el viento llegó sorpresivamente con aquella hoja, ella comprendió lo que él decía pero se alegró al sentir que así fuera a través del viento, había regresado y casi no puede creer haber sentido que en su cara se dibujaba esa sonrisa tonta.

El viento, inteligente, sintió que mientras las hojas no estaban ellos se extrañaban más, era el aliado de este par de soñadores que después de sufrir algunas heridas, empezaban a creer en el amor.

Un temblor pequeño separó las rocas de tal manera en que ya no podían verse, ella sintió entonces la necesidad de pasar un momento con él. No le importaba nada, ni su corazón alterado, ni su sonrisa nerviosa al esperar tan anhelado encuentro. Se llegó el día, o mejor, la noche. Un poco fría en todos los aspectos. Fue un lindo momento en el que sus cuerdas vocales no se atrofiaron, aunque las palabras salían del cerebro, de la memoria, pero… al menos ella no tuvo el valor para sacar ninguna del corazón. Esas sólo salían cuando de escribir en las hojas se trataba. Un corto abrazo que ella deseó que no terminara cerró aquel momento de soledad con él.

Volvieron a sus lugares, ella encontró una hoja con dulces palabras e inmediatamente escribió en una, palabras aún más dulces. La miel cubría las hojas que compartieron a través del siempre presente viento luego de ese encuentro.

Pasaron los días y el viento se tornaba pesado y ya no aparecía tanto como antes. Pensaron quizá que era su culpa, que no debieron llenar las hojas de tanta miel, que habían empezado a escribir su historia por la conclusión y no por la introducción. Ahora se encontraban en el nudo.

Un fugaz encuentro con cruce de pocas palabras le despertó a ella las mariposas que se habían dormido algunos días, estas locas empezaron a revolotear duramente en su estómago devolviéndole a ella la sonrisa tonta y la visión positiva de la vida.

El viento regresó aunque continúa pesado, parece que su historia aún está en el nudo, un nudo que para desgracia de ella no quiere desenredarse y tiende quizá a romperse.

jueves, 5 de enero de 2012

Nada Trascendente

Y se reía de todas las historias que contaba su abuela. "Que debajo de un árbol un 24 de diciembre a las 12 de la noche invocaban malos espíritus. Cuánta imaginación tiene ella" decía. No sabe la satisfacción que me da verlo en ese estado y sí, lo estoy mirando desde un lugar que no podría tan siquiera imaginarse pero que ahora, en esa situación, me creería. Usted es un mentiroso que decía no creer en espíritus ni malos ni buenos. Si no hubiera creído, jamás hubiera intentado invocarlos porque usted sabe que había cosas más interesantes que jugar con algo que no va a producir nada. Pero esos juegos malditos, o benditos para mí en este momento, le producían cosas que le gustaba sentir.

Tan arriesgadito que parecía, tan invencible este imbécil. Ja ja ja ja ja. Todavía me acuerdo cuando supuestamente era mi amigo y cuando yo disfrutaba jugando a ser el suyo. Pobre infeliz. Si hubiera sabido que jamás quise ser su amigo, no me gustan los amigos, no existen. Lo único que realmente quería era llevarlo a ese lugar donde se encuentra ahora, darle ánimos para que se fuera a caminar por un lugar desconocido. Mientras su madre cocinaba usted y yo hablábamos junto al árbol de naranjas que se encontraba en todo el centro del patio de su casa. Llevábamos casi un año de amistad y ya me había ganado su confianza. Usted era un niño bueno gracias a mí, a mis consejos y a lo que yo le enseñaba. Por eso, cuando le dije que invitara a sus amigos a jugar con la tabla ouija, le pareció una maravillosa idea. Todos fueron a su casa ese caluroso sábado en la tarde. Ese día sus padres habían decidido salir.

Yo había arreglado todo con un amigo suyo -bueno, con otro de esos que como yo, decía ser su amigo. Así eran todos sus amigos-. Esa tarde de sábado ustedes tenían listas las mentes para enfrentar los espíritus. Iniciaron invocando un gato. “Que estúpido era usted”. Siguieron jodiendo con su dichosa tabla por 2 horas aproximadamente hasta que se presentó la oportunidad perfecta, lo que usted y yo estábamos esperando. Por fin se cansó de invocar bobadas e invocó a su hermano que al día siguiente cumpliría un año de muerto. Lo quería mucho ¿cierto?, era su mejor amigo. Pero eso a mí me tenía sin cuidado. Cuando escribió el nombre de su hermano en la tabla, fingí una voz que le decía: “No te imaginas cuanto te extraño pequeño. Aún vivo aunque no lo creas. Sé dónde podemos encontrarnos”. Al escuchar eso usted lloró algunos segundos pero sonrió estúpidamente.  De inmediato preguntó al espíritu por aquel lugar. Me inventé una dirección muy extraña. Realmente no tenía idea lo que pasaría pero sabía que iba a alejarlo de sus padres que poco o nada le importaban a usted desde la muerte de su hermano.

Entonces le dije: “Debes ir a la terminal y buscar un bus azul con amarillo. Preguntas en la ventanilla cuál  es el lugar más lejano al que viajan y dices que te vendan un tiquete a ese lugar. Por lo pequeño que eres te será necesario explicar que tu hermano te dio el nombre del lugar pero que no lo recordabas aunque también te dijo que era la ciudad más lejos a la que llegaba esta empresa de buses. Dirás también que tu hermano esperará por ti en la terminal de aquella ciudad. Eso será suficiente para que te vendan el pasaje. El dinero lo sacarás del cofre que mamá guarda en el segundo cajón de la mesa de noche que está al lado de dónde siempre duerme papá. Sácalo todo para que te alcance para comprar el pasaje y muchos dulces cuando nos encontremos. Papá y mamá no se enojaran por el dinero cuando se enteren de que estás conmigo. Cuando llegues a la terminal no habrá nadie esperándote pero te será fácil encontrarme. Esta ciudad es casi totalmente igual a la nuestra. Sólo debes caminar como si fueras a casa y cuando encuentres la casa, nuestra casa, pintada de un color claro, casi blanco y con las ventanas doradas así como tu casa, entrarás. Te dejo la puerta abierta, sigue por el pasillo y llega al patio. Ahí estaré yo, recostado en el árbol de naranjas.  Esperándote ansioso para darte un abrazo y seguir hablando contigo, dándote consejos sobre la vida que apenas inicias pequeño Frank”.

Como un idiota, como lo que era, usted siguió todas las instrucciones que yo le había dado. Cuando sacó la plata del cofre de su mamá, le dejó una hoja llena de mamarrachos de feos colores que decía: “estoi con beto”.
Dos horas y 30 minutos después de salir de la casa, regresaron sus papás a despertarlo para darle la noticia de que su hermano Beto estaba vivo, que el cadáver que habían encontrado aplastado por ese camión aquel 3 de octubre no era el de su hermano y que la bicicleta que había cerca del lugar tampoco era de él, sólo era una del mismo diseño como muchas en su ciudad.

A su hermano le encantaba montar en bicicleta y el día en que supuestamente había muerto se las dio de aventurero y se fue por una carretera desconocida. Intentando regresar a la casa dio muchas vueltas que lo único que hicieron fue alejarlo más. Agotado de intentar regresar a la ciudad se quedó dormido en un potrero lejano. Al día siguiente cuando despertó se sentó a llorar. Ese niñito de siete años era un cobarde igual a usted. Una familia de una finca cercana al potrero lo recogió y se lo llevó para allá. Le preguntó por el nombre de la ciudad dónde vivía pero él no sabía el nombre. Hacía tan sólo 10 días vivían allá. Dio el nombre suyo y de sus papás pero nadie los conocía y optaron por quedarse con él y adoptarlo como un octavo hijo. Durante un año lo trataron igual que a los otros siete hijos de ellos. Hasta que hace un mes, la señora que vive enseguida de su casa viajó a ese pueblo donde estaba su hermano y lo vio con un señor comprando unas frutas. Como esa vecina es de esas viejas chismosas que mantienen en la casa de todo el mundo, reconoció a su hermano y se comunicó con sus papás.

Esa tarde de sábado ellos viajaron al pueblo y se dieron cuenta que sí era Beto. A usted no le dijeron para dónde iban porque no querían que se ilusionara con cuentos que podían ser falsos. Ellos llegaron muy contentos a darle la noticia con la convicción de que usted se pondría igual o más feliz que ellos. Al no encontrarlo pusieron la casa patas arriba y su mamá recordó que una vez usted la había visto sacar dinero del cofre y fue a revisarlo. Cuando encontró la carta se puso a llorar y su papá llamó a la policía. Les dijo que usted no estaba bien desde la supuesta muerte de su hermano y que les decía que en el árbol de naranjas usted tenía un amigo con el que hablaba todos los días y que era muy parecido a su hermano. Ellos no veían a nadie y pensaban que eran cosas de la niñez y del trauma causado por la muerte del hermano pero jamás lo vieron como algo trascendente.

Hoy es 21 de octubre, sus papás y su hermano ya completan 18 días buscándolo y usted lleva 18 días buscando a su hermano en una gigante ciudad desconocida.